Me tarde un poco en reflexionar sobre lo que creo. O lo que creo que creo…
Escucho, siento, palpo, observo. Todo se va quedando en algún lugar recóndito de la mente que los expertos llaman subconsciente. No estoy segura de si lo que he creído toda mi vida es cierto. ¿Qué es real, y qué es sólo mi imaginación? Me cuestiono, me confronto, me pongo en el lugar de las preguntas, y encuentro que una creencia marca mi vida.
Las creencias crean acciones, y las acciones generan todo lo que sucede en mi vida.
Si pienso que las personas me hacen las cosas a mí, voy a sentir dolor por sus decisiones. Si creo que la vida es difícil, que existe un Dios castigador, que voy cuesta arriba. Así será. Si estoy convencida de que necesito luchar para conseguir amor, que no soy merecedora a menos que haga o suceda algo para generarlo, yo misma estaré condenándome al desamor.
Lo mismo sucede en mis creencias sobre el dinero, el sufrimiento, las emociones, el dolor, la familia, la pareja, los estudios… Todas las cosas, situaciones o personas con las que me relaciono, tienen a su lado alguna creencia aprendida o heredada.
Mi entendimiento del Universo, de lo que me corresponde, de lo que soy capaz de lograr, podrá detenerme o impulsarme a cualquier cosa que me proponga. Si yo pienso que soy capaz, merecedora, suficiente, abundante, seguramente podré actuar de esa forma y todo se dará de forma natural.
El amor, la luz y la abundancia de la vida, está ahí para todos. Hoy creo firmemente que es así. Que Dios me ama incondicionalmente, y que estoy preparada para recibirlo.